El buen pastor – el sacerdocio paternal del Padre Kentenich

En un tiempo donde el sacerdocio tuvo los acentos más diversos y las crisis más profundas, él vivió y propuso un sacerdocio de rasgos profundamente paternales. Así lo experimentaron las miles de personas que lo conocieron, trataron y recibieron el don de su hacer sacerdotal.

Lo primero es lo que el Padre manifestó a los jóvenes del seminario de los Padres Pallottinos, cuando él asumió el cargo de director espiritual del mismo en 1912. En su primera comunicación con el grupo, de por sí bastante revoltoso, les dijo algo que sorprende por dos motivos al menos: porque es inusitadamente cercano en lo que dice a los jóvenes, y, segundo, porque pone a disposición de ellos su calidez afectiva. Lo dice así: (Estoy) «…firmemente decidido a cumplir del modo más perfecto, mis deberes para con todos y cada uno de ustedes. Me pongo, por lo tanto, enteramente a su disposición, con todo lo que soy y tengo; con mi saber y mi ignorancia, con mi poder y mi impotencia, pero, por sobre todo, les pertenece mi corazón».

El servicio a los demás pasa por el corazón.

Vemos cómo ya desde el inicio de su vida sacerdotal, el Padre Fundador tenía claro que su servicio a los demás pasaba por el corazón. Tenía la convicción de que no se puede educar, ni ayudar a alguien a educarse si no se le ama. Se trata de un servicio que no pasa en primer lugar por la inteligencia y la voluntad, sino por el compromiso afectivo, por el corazón. Es este profundo convencimiento el que le llevará más tarde a formular su definición de educador: «Educar es el servicio abnegado, desinteresado y apasionado a la vida y originalidad del educando». No hay educación sin amor, porque el amor es lo único que produce apertura en los otros y les abre a los ideales y valores de la vida. Sin lugar había tomado absolutamente en serio las palabras de Jesús: «Donde está tu tesoro estará tu corazón».

El Buen Pastor conoce a sus ovejas y las ovejas lo conocen a él

Esta actitud de alma lo llevará -segundo acento- también a simbolizar su vivir sacerdotal en la imagen evangélica del Buen Pastor. Cuántas veces repetirá en su vida las palabras de Jesús: «el Buen Pastor conoce a sus ovejas y las ovejas lo conocen a él». El trato personal, original, con cada persona es esencial a la acción del sacerdote-padre y educador, por ello cita nuevamente el texto del Evangelio de Juan (cap. 10): «El Buen Pastor llama a las ovejas por su nombre…y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. A un extraño no lo seguirían…». Es así como el Padre concebía su relación sacerdotal con los que se confiaban a él: como un conocimiento mutuo. Nadie abre su alma a otro si se experimenta extraño, esto es no respetado, no amado. Por eso, hay que llamarlas por el nombre, esto es por su originalidad, a fin de servir la vida concreta del que viene a buscar orientación y guía. Pero no sólo el pastor ha de conocer a las ovejas, las ovejas han de conocer al pastor. Si éste fuera inaccesible, ellas no lo conocerían, o en todo caso no habría una relación de confianza y acogida de lo que brota del corazón y los labios del educador, en este caso sacerdote-padre.

Es así como señala tres características del sacerdote para con aquellos que se confían y confían en él: ocuparse de los suyos, como el Buen Pastor; cuidar de los suyos, como el Buen Pastor; cultivar la fidelidad del Buen Pastor para con los suyos. Si observamos la vida del Padre Kentenich veremos cómo vivió intensamente este trípode de su ser sacerdotal. Es muy revelador lo que, en el campo de concentración, ora a la Virgen pensando en los suyos: «…mira a los míos, a quienes te encomiendo. Cuando debo verlos librar solitarios el combate, sólo confiado en ti puedo continuar el camino».

Ser manifestación del amor misericordioso de Dios

Cuando estuve por última vez con el Padre, pocos días antes de su muerte, él salía de la casa de formación de las Hermanas, en el Monte Schoenstatt, hacia el jardín. Un grupo de jóvenes lo vimos y corrimos hacia él. Nos atendió con alegría y serenidad, se notaba que no estaba bien de salud. Tras oírnos unos minutos nos dijo con enorme sencillez: «Ahora los dejo, porque voy a rezar el rosario por la conversión de los pecadores». ¿Qué me conmovió de estas palabras, dichas en agosto de 1968? Que me hicieron recordar otras dichas por él 56 años antes, cuando explicó a los seminaristas por qué no le había sido fácil aceptar el cargo de director espiritual de ellos: «…para poder dedicar todo mi tiempo libre y mis fuerzas a los laicos, especialmente a la conversión de los viejos y empedernidos pecadores. Quería dar caza a los llamados ‘corderos pascuales’ y mi mayor alegría de sacerdote la sentía cuando venía uno de ellos agobiado por el peso de una vieja carga…de modo que el confesionario llegaba a crujir».

¿Qué es lo que me tocó el alma? La constatación de cómo mantuvo el anhelo de ser manifestación del amor misericordioso de Dios desde la ordenación hasta el final de su vida. Este es el Dios que anunció y que propuso como la imagen de y para «los tiempos más nuevos», la misión de «la Iglesia de las nuevas playas». Que este 18 de julio, al renovar la alianza, podamos seguir diciendo a nuestro Padre y Fundador: «Padre, nuestro corazón en tu corazón, nuestro pensamiento en tu pensamiento, nuestra mano en tu mano, tu misión nuestra misión».

P. Alberto Eronti, Argentina