Envío apostólico

No es superfluo meditar, un momento, lo que significa ser apóstol, lo que implica el apostolado. Es menester distinguirlo claramente del «activismo», acción de tipo ocasional, a menudo superficial, carente de coherencia interna. El verdadero apóstol cristiano, por vivir en Cristo, por estar sumergido en su misterio, en todas las circunstancias y situaciones de su vida lo hace presente. Da testimonio de Él.

Esta misión tiene su fundamento en el hecho de haber sido incorporados a Cristo por el Bautismo, de haber sido afianzados en su Espíritu por el sacramento de la Confirmación. Así lo enseña el Concilio Vaticano II. Por eso, sólo en la medida en que yo me haya identificado con Cristo, y viva su vida, podré irradiarla a los hombres y al mundo. Desde esta perspectiva, el gran testigo de Cristo ha sido la Virgen María.

«Modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica»-dice el Concilio Vaticano II-, porque mientras vivió en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, «estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador«. Ella es, verdaderamente, la Reina de los Apóstoles.

La Escritura nos la muestra reunida en el Cenáculo, en medio de los apóstoles, que perseveraban unánimes en la oración. Imagen del pasado, pero también realidad de todos los tiempos, que quiere renovarse en nuestros días. Con su oración humilde y ardiente, María imploró la venida del Espíritu sobre los apóstoles. Ella lo implora también para que venga a nosotros, a fin de ser transformados, siempre más, en Cristo su Hijo. A fin de asemejarnos a El, reproduciendo en nosotros su imagen. A fin de ser auténticos discípulos de Cristo, es decir, hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo, que viven y actúan como «agentes» o instrumentos suyos en la tierra. De ahí que el verdadero apóstol viva desprendido de sí mismo y adicto a Cristo; vaya muriendo, día a día, «el hombre viejo», a fin de que surja en él, «el hombre nuevo», es decir, Cristo; no busque su éxito personal, sino la victoria de su Señor; esté siempre alegre, también en medio de las luchas y pruebas de la vida, al saberse, en toda circunstancia, cobijado en el amor misericordioso y fiel del Padre.

En Schoenstatt, la Virgen María es «nuestra Fundadora, nuestra Señora, nuestra Reina» (P. Kentenich 18.10.1939). La consagración, la alianza que sellamos con María en el Santuario, y que procuramos poner en práctica en la vida cotidiana, es garantía de un impulso apostólico siempre renovado. Y así debe ser. Todo encuentro verdadero con María nos debe llevar más profundamente a Cristo, a identificarnos con Él. Y por eso a compartir, también, su misión redentora.

«Madre tres veces Admirable, enséñanos a combatir como luchadores tuyos… para que el mundo por ti renovado glorifique a tu Hijo Jesús«, dice una de las primeras oraciones que viven en la tradición de la Familia de Schoenstatt.

María, la gran Misionera, nos quiere impulsar a la acción

Envío apostólico. Schoenstatt, un movimiento de profunda espiritualidad, que impulsa a sus miembros a la santificación personal. Pero «esta santificación se orienta al apostolado y de él vive, e inflama con su ardor el celo por las almas». «No conocemos ningún apostolado sin interioridad y ninguna interioridad sin apostolado» (P. Kentenich). María, «la gran Misionera», nos quiere impulsar a la acción, al trabajo apostólico. En nuestro propio ambiente. En mi familia. En el trabajo. En el Colegio o la Universidad. En mi ambiente social. En mi parroquia o en la Diócesis.

Apóstoles de María

Envío apostólico. De modo particular queremos ser apóstoles de María. Darle a conocer, llevar a todos sus hijos a consagrarse, a sellar una Alianza de Amor con ella (esta es una dimensión esencial del Mensaje de Schoenstatt). ¿

Qué puedes hacer concretamente? Te enumero algunas posibilidades: Entronizar la imagen de María en tu casa, erigiendo allí un «Santuario del Hogar». Enseñar a rezar el Santo Rosario. Peregrinar -y fomentar peregrinaciones- a los Santuarios Marianos. Celebrar las fiestas de la Virgen María. Vivir el «Mes de María». Difundir el rezo del Angelus. Promover las lecturas marianas. Apostolado mariano. Queremos dar a conocer la presencia peculiar de la Virgen María en su Santuario de Schoenstatt. El Padre Kentenich así lo expresa en una oración: Proclamaremos tu nombre con valentía y guiaremos a los hombres hasta tu Santuario. Proclamaremos tu nombre. Es decir, anunciaremos también a la Sma. Virgen María como Madre, Reina y Victoriosa tres veces Admirable de Schoenstatt. Daremos testimonio de las gracias que ha concedido desde allí. Daremos a conocer la vida del instrumento sacerdotal que ella escogió para manifestarse desde ese lugar.

«Y guiaremos a los hombres hasta tu Santuario«. A veces llevaré a una persona que tiene un problema, que necesite estar en paz. Otras veces invitaré a una familia. O a un grupo escolar. O a una parroquia. O a una institución o movimiento apostólico. Quien llegue al Santuario con un corazón abierto y creyente, no saldrá del mismo con las manos vacías. De una u otra manera se tornará, a su vez, apóstol del Santuario. Y así irá ampliándose el círculo de aquellos que, en la pequeña Capillita, han experimentado la gloria de María.