El 18 de octubre de 1914 – Acto de la Fundación

Si quieres comprender algo en profundidad, debes preguntar por sus raíces. Si queremos captar qué es Schoenstatt, debemos indagar el hecho constitutivo a partir del cual se ha desarrollado. Y esto nos lleva a un lugar -Schoenstatt- en el valle de Vallendar (Alemania) y a una fecha, el 18 de octubre de 1914.

Ese día en la antigua capillita de San Miguel, recién inaugurada, el Padre Kentenich sellaba una alianza de amor con la Sma. Virgen. La plática que diera en esa oportunidad a los jóvenes seminaristas, fue reconocida por él mismo, años más tarde, como el documento de fundación del Movimiento de Schoenstatt. Y su testimonio es decisivo.

Al comparar la historia del Santuario de Schoenstatt con la de otros lugares en los cuales también se ha manifestado la Virgen María, constatamos semejanzas y diferencias. Algo común a todos: Dios busca siempre instrumentos humanos a través de los cuales se acerca a los hombres.

En 1830 la Sma. Virgen se aparece, en París, a una joven novicia, Catalina Labouré y le transmite un mensaje, conocido más tarde como la «Medalla Milagrosa».

En 1858, la Virgen María se aparece en la gruta de Lourdes a Bernardita Soubirous, una humilde pastora, que es la única en recibir y transmitir el mensaje de la Señora.

En 1917 vuelve a aparecer la Sma. Virgen en Fátima, en una serie de manifestaciones que culmina con la famosa «danza del sol» del 13 de octubre de aquel año, pero los únicos que escuchan el mensaje son los tres pastorcitos.

Una nueva iniciativa en Schoenstatt

En octubre de 1914 la Madre de Dios toma una nueva iniciativa en Schoenstatt, Alemania, y ahora el instrumento humano es un joven sacerdote de 29 años, el Padre José Kentenich. Hasta aquí las semejanzas. Pero veamos también las diferencias. En París, en Lourdes o en Fátima, María se muestra en forma visible. En Schoenstatt, en cambio, no sucede así. Tanto más activa es, entonces, la acción del instrumento humano, al captar un plan de Dios guiado solamente por la fe práctica en la Divina Providencia. Aquel 18 de octubre, el Padre Kentenich comunica a sus interlocutores «una secreta idea predilecta«, un «pensamiento audaz«, algo que venía rumiando hacía cierto tiempo: «¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María?«.

Tres meses antes, el 18 de julio, había llegado a sus manos un artículo escrito por el Padre Cipriano Fröhlich, narrando la historia del Santuario de Pompeya (Italia). Había surgido, no como en otros lugares, por una aparición de la Virgen María. Dios eligió allí un instrumento humano para realizar sus planes: un abogado, Bartolo Longo (recientemente beatificado por Su Santidad Juan Pablo II). El paralelo era sugerente. Lo que había acontecido en Pompeya ¿no podría repetirse en Schoenstatt?

Su propuesta fue realmente audaz. Pero -les decía a los jóvenes seminaristas- «¡cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande! ¿Por qué no podría suceder también lo mismo con nosotros?«. Se trataba de «inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia«.

El Padre Kentenich no escuchó hablar a la Virgen María. Intuye lo que Ella querría decir. Establece un paralelo con una hora decisiva en la historia de Santa Juana de Arco: «Se me figura que nuestra Señora, en estos momentos, en la antigua capilla de San Miguel, nos dirige estas palabras por boca del santo arcángel: «No se preocupen por la realización de su deseo. Ego diligentes me diligo. Amo a los que me aman. Pruébenme primero por hechos que me aman realmente y que toman en serio su propósito. Ahora tienen para ello la mejor oportunidad«.

La vida comprueba que aquellos anhelos se transformaron en hechos

La historia de Schoenstatt, desde aquel día -un día como todos los demás, pero al mismo tiempo, un día diferente-, comprueba que aquellos anhelos se transformaron en hechos. En la pequeña capillita de San Miguel, la Madre de Dios ha erigido su trono de manera especial, ha repartido sus tesoros, ha obrado milagros de gracia. La fecundidad del árbol se percibe en los frutos. José Engling, uno de los primeros congregantes marianos de Schoenstatt, ofrece su vida a la Sma. Virgen por los fines de Schoenstatt. y cae en el campo de batalla de Cambrai (el 4.10.1918). Su vida y su heroica lucha por la santidad fueron para el Padre Kentenich un primer signo de la acción educadora de María desde el Santuario.

Desde aquellos lejanos días hasta el presente, muchos héroes han surgido de las filas de Schoenstatt y con sus vidas han dado testimonio de una seria aspiración a la santidad. Algunos nombres: Max Brunner y Hans Wormer, Karl Leisner, Julio Steinkaul, el Padre Franz Reinisch, la Hermana María Emilie Engel, María Laufenberg, Mario Hiriart, la Hermana Emmanuele, Monseñor Enrique Tenhumberg y muchos otros. En primer lugar, la vida heroica del Padre Kentenich.

El pequeño Santuario de Schoenstatt, se ha multiplicado a lo largo y a lo ancho del mundo, a través de los Santuarios «filiales» (el primero fue erigido en Nueva Helvecia/Uruguay). La presencia de María y la manifestación de sus glorias se ha multiplicado a través de los numerosos santuarios del hogar en las familias. En todos estos lugares, María quiere manifestarse como Madre y Educadora, obrando grandes cosas. Pero en todos requiere también, según leyes permanentes a la historia de salvación, la cooperación humana. Así lo expresa el lema: «Madre, nada sin ti; nada sin nosotros».